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Natalia Tealdi
Todo lo que sé sobre ti

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Para abordar la producción de Natalia Tealdi hay que entender una trama de relaciones que la artista va tejiendo entre su vida personal, su militancia social  y su práctica profesional. La huerta particular en la que recolecta materiales para sus obras, el contacto con habitantes de zonas fumigadas por agrotóxico en las inmediaciones de la ciudad de Pergamino (Argentina), su vínculo estrecho con la fotografía y su trabajo con material de archivo son datos fundamentales.


De sus propuestas emerge siempre una tensión entre opuestos. El devenir del tiempo y su cristalización, aquello que se descubre y aquello que se oculta, lo que perdura y lo que se pierde son preocupaciones que van a atravesar toda su obra. Con ironía sutil, sus fotografías aplican una operación que invierte las cualidades usualmente asignadas a las cosas. Cualidades que va intercalando y potenciando marcando una mirada alternativa sobre aquello sobre lo que hace foco. Sus piezas se construyen por medio de múltiples mediaciones que se interponen entre nosotros y una realidad que tiende a desvanecerse. Se trata de una conjunto de barreras apenas franqueables: la lente de la cámara, los escaneos, las sucesivas capas de edición digital. Sus materialidades diversas y complejas adoptan variadas fijaciones reales o simbólicas en un proceso que va cargando de sentido sus imágenes.


En su serie Otra fotografía posible (2021), por ejemplo, Natalia recurre a la  Clorotipia, un procedimiento que prescinde de químicos y que, por acción de la luz, consigue fijar imágenes sobre hojas de plantas. Con esta técnica artesanal, la artista configura retratos hechos de partes de rostros anónimos que se superponen. A su vez, estas hojas proceden de diversas plantas de frutos comestibles que ella misma siembra en su casa. El resultado son estampas fragmentarias e inquietantes, con la impronta de ofrendas u objetos rituales donde la analogía entre la naturaleza del paisaje y sus habitantes se vuelve evidente. Así las personas y su entorno fragilizado se vuelven una y la misma cosa. Esta correspondencia entre dos realidades vivientes expuestas a la enfermedad y la muerte aleja las piezas de una mera denuncia testimonial y su proceso de creación adquiere un rol fundamental que renueva la mirada en torno a ellos.


GIRASOL I y II forman parte de la serie Figuras inanimadas (2022). En este caso Natalia recurre al escáner para fijar el aspecto de una flor reseca. Su naturaleza frágil queda congelada en dos piezas cuyos contornos se ven suspendidos sobre un fondo gris con líneas en forma de ráfagas. Este fondo neutro le da protagonismo a un ser diminuto y moribundo y, con el aumento de escala, un instante en perpetuo devenir adquiere condición de monumentalidad. Una extraña sensación persigue a este díptico, su retraimiento nos trae a la memoria la figura de personajes enfrentados. Esta misma tensión entre lo móvil y lo quieto se aprecia en sus ESPINAS de plomo que flotan con destellos plateados mostrando al mismo tiempo solidez y fugacidad. En ZONA ROJA, la luz de un flash llena de extrañeza otro motivo vegetal. El primer plano contiene lo que parecen pequeños seres que bailan. Sin embargo solo se trata de los frutos de algun arbol que se pierden sobre un fondo negro. El brillo rojizo no hace más que profundizar el extrañamiento de una toma en apariencia serena.  La luz artificial nos pone en alerta, y habla más de urgencia que de sosiego. El pronunciado contraste fuerza esa sensación inquietud. Una sensación parecida a esa que nos mueve a proyectar seres amenazantes sobre los objetos sencillos durante la noche.


En la misma línea, la serie Todo lo que sé sobre tí (2022-2023) muestra un conjunto de paisajes. Espacios abigarrados más propensos a ocultar que a descubrir. Aquí las ramas se suceden plano tras plano y la línea de horizonte desaparece por completo. Un ruido en la imagen demora la percepción de las formas en un proceso que ralentiza la mirada. Una serie de “obstáculos” se interponen: las tachaduras sobre una vieja fotografía velada y escaneada, la presencia de restos de arena u otros materiales y la intervención del retoque digital.  A todo esto hay que sumarle la oscuridad que envuelve los fondos y que dotan a la escena de un clima de misterio y expectación. Todo esto genera una atmósfera densa, compleja y enigmática. La deriva, literal y simbólica, sobre el paisaje rural, dificulta su ubicación. Nos perdemos, entonces, por lugares indeterminados buscando aquí y allá alguna marca, algún rastro de presencia humana. Sentimos que una amenaza inminente espera agazapada entre medio del follaje, una pulsión instintiva de buscar el peligro acechando en la penumbra. No es casual que estos paisajes verticales traigan a la memoria el ambiente tétrico de las películas de terror y sus escenarios deshabitados.


Jardines de invierno es el título que lleva la serie de obras realizadas en la Residencia Casa Fugaz. Para confeccionar estas piezas Natalia recoge malezas, ramas y frutos en las calles de Callao. La artista lleva estos elementos a su laboratorio fotográfico natural donde adquieren nueva vida. Así es como estos despojos, supervivientes de las duras condiciones de la vida urbana, se transforman en los modelos de un conjunto de fotografías donde el color rojo del fondo recorta los contornos de unas siluetas esquivas. Son tomas donde se corporizan seres insólitos y dónde la disposición y montaje, al modo de frames de un videos conforman una aparente y ficticia escena fragmentaria. A esto último se suman un conjunto de ramilletes que cuelgan suspendidos a diferentes alturas en el medio de la sala. Son esas mismas ramas, hojas y frutos  que ahora quedan libradas a la imaginación y al juego, como formas azarosas encontradas en las nubes pero sugiriendo patas de insectos, alas, pinzas, y toda clase de fantasías.


En cada fotografía de Natalia Tealdi vemos como los espacios y objetos abandonan su pasividad característica para descubrir una faceta oculta. La pretendida calma y serenidad del “campo argentino”, con su imaginario de salud y bienestar, muestran en sus últimas series una contracara aterradora. Ya no estamos ante los escenarios romantizados que se presentan como la salida anhelada de la experiencia urbana, más bien nos encontramos ante un viaje de incertidumbre, peligro y miedo. 
En un contexto dominado por una lógica de consumo inmediato y frenético de las imágenes la artista propone una mirada paciente, insistente y detenida. Su visión sensibiliza la memoria colectiva y nos involucra de lleno con nuestro propio entorno.

 

Gabriel Fernández, julio de 2023.

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